Don Malfon posee la imperturbable serenidad de aquellos que han visto los márgenes de lo real, que conocen la elasticidad de los sonidos, que no temen los discordantes y elásticos límites. Solo aquellos que han habitado esas regiones de la improvisación libre conocen otra forma de belleza a donde no llegan los cobardes. De la boca augusta de su saxo puede surgir la lúgubre respiración de un dinosaurio enamorado, el sonido de la danza de los peces de hielo que habitan las simas más hondas de los océanos, pero también puede sembrar entre la audiencia de la sala el vértigo ruidista de las aves que vuelan más allá del cielo, donde las aristas de sus voces imposibles de obscenos pájaros de la noche atraviesan luces que ningún mortal ha visto.
Diego Alfonsín Rivero